Cuando una persona está interesada en contratar un seguro de vida, la compañía de seguros debe valorar el nivel de riesgo que correrá al asegurarla. Para ello, la compañía realiza una entrevista detallada a partir de la cual investiga tanto los hábitos cotidianos como las enfermedades que padece el cliente. A partir de estos datos, y en función de unos criterios estadísticos, la aseguradora aumentará o disminuirá la prima del seguro de vida. Por ejemplo, la probabilidad de que una persona que consume una dieta rica en grasas y azúcares desarrolle diabetes es mayor que la de una persona que lleva un estilo de vida saludable. Asimismo, aquellas personas que adoptan una vida sedentaria son más propensos a sufrir enfermedades cardiovasculares y quienes fuman pueden padecer cáncer de pulmón.
Es decir, cuanto más inadecuados y peligrosos sean los hábitos de una persona, mayor será la prima del seguro de vida que deberá abonar. Al fin y al cabo, unos hábitos nocivos para la salud aumentan la probabilidad de desarrollar enfermedades graves en el futuro. Por esta razón, ser fumador o practicar deportes de riesgo —como buceo, surf, boxeo o paracaidismo— incrementarán la prima.
Otro factor que tienen en cuenta las aseguradoras para establecer el riesgo y, por tanto, el coste del seguro es el estado de salud del asegurado. De hecho, la compañía puede solicitar un examen médico para comprobar el estado de salud, especialmente si se ha producido una operación de riesgo, dolencias continuas o una enfermedad grave, como el cáncer.
No obstante, hay que tener en cuenta que, si bien los hábitos y el estilo de vida afectan a la prima del seguro de vida y pueden abaratar o encarecer el coste de la póliza, existen otros aspectos que tienen mayor peso.