Las instalaciones de gas han ganado relevancia en los últimos años por ser mucho más económicas que las eléctricas, y al mismo tiempo se ha vuelto objeto de diversas campañas de prevención de accidentes por parte de las administraciones públicas por los riesgos que conllevan. Aunque las catástrofes que pueden ocurrir a partir de una fuga de gas son bastante conocidas, se habla poco de los daños a menor escala que causan, como intoxicaciones e incluso asfixias que, de no ser atendidas a tiempo, pueden ser fatales.
Hay tres ingredientes infalibles para que se dé una fuga de gas: el descuido, la antigüedad de las instalaciones y la falta de mantenimiento de electrodomésticos como calderas o estufas. Un cuarto componente aviva los riesgos de una fuga de gas: el mal estado del sistema de ventilación, característica muy propia de los edificios antiguos.