En este contexto, hay que centrarse en el efecto retardado del endurecimiento de la política monetaria. En este sentido, suele tardar entre 12 y 18 meses en hacerse notar. Sin embargo, cabría esperar que el impacto se retrase debido a la excesiva liquidez que los bancos centrales inyectaron durante la pandemia de la Covid-19 y a la capacidad de recuperación de la economía estadounidense.
La solidez de la inflación también influirá en la duración del discurso agresivo de los bancos centrales y determinará su actuación en el futuro. Por lo tanto, será fundamental vigilar los datos de inflación y, por supuesto, su evolución. Aunque la inflación general se está moderando, las autoridades monetarias esperan ver más indicios de una bajada de los precios antes de adoptar una política monetaria más laxa.
Puesto que la inflación subyacente se mantiene estable, hay motivos para creer que la presión sobre los precios de los servicios tampoco experimentará grandes cambios, incluso aunque la economía empiece a ralentizarse. Es importante señalar que los costes salariales están aumentando en muchos sectores, a pesar de que los precios de las materias primas se están reduciendo.
Por tanto, es posible que los inversores sientan alivio ante la posibilidad de que este ciclo de subidas de tipos esté llegando a su fin, aunque las compañías seguirán sometidas a ciertas presiones en los próximos meses. Y algunas resistirán mejor que otras.