El banco central de EE. UU., la Reserva Federal, ha dado un volantazo esta semana. Ha reconocido que la inflación es preocupante, lo que le obligará a actuar más rápido para recortar sus programas de estímulo. El peligro es una escalada de los precios sin control.
Y es que los bancos centrales, encargados de formular las políticas monetarias, están ante un panorama desconocido. Especialmente, por el grado de estímulos que han ido aplicando en los últimos tiempos. Se trata de una situación que eleva el riesgo de que estas instituciones cometan un error en sus políticas que pueda alterar, en parte, la economía mundial, provocar una mayor volatilidad de la inflación y afectar a las bolsas.
El actual respaldo monetario constante podría ser una de las razones por las que que el aumento de la inflación duraría más de lo que inicialmente se habría previsto y de lo que descuentan los mercados en la actualidad. Aunque hay otros acontecimientos que pesan como la ralentización del comercio internacional, el aumento de los salarios de los trabajadores y la lucha contra el cambio climático, por nombrar solo algunos.
Este escenario hace que nos podamos plantear varias dudas como inversores. ¿Hay alternativas de proteger nuestro capital en los activos que tenemos invertidos si los bancos centrales cometen errores ante un entorno de un mayor crecimiento de los precios? Ese es el quid de la cuestión. La pregunta del millón que todo ahorrador quiere resolver en estos momentos.
Teniendo en cuenta que probablemente los tipos de interés se mantendrán bajos durante más tiempo —al mismo tiempo que la inflación se mantendrá en unos niveles más elevados que en la era de antes de la pandemia—, es probable que los inversores quieran replantearse en qué deben invertir.
Y también, que se necesiten diferentes estrategias para moverse en los diferentes niveles de crecimiento y rentabilidad potencial. Por eso, hay cuatro ideas que pueden ser de gran utilidad.
1. La utilidad de la “estrategia de haltera”
Si los bancos centrales mantienen las reducciones de las compras de bonos y el endurecimiento de la política monetaria, al mismo tiempo que sube la inflación, cabría esperar un aumento de las rentabilidades en la renta fija.
En este sentido, una manera de hacer frente a este panorama es ver las carteras de los activos en los que invertimos como si fueran una “haltera”. Esto quiere decir, una cesta de productos dividida en dos grupos: en los que invertimos con el ánimo de preservar capital (bonos de deuda pública, bonos corporativos, liquidez etc.), y en los que nos centramos para hacer crecer nuestro capital y rentas (bonos de mercados emergentes, acciones etc.). La combinación puede ser clave.
2. Los temas del futuro parten del ahora
Subirse al carro cuando todo el mundo ya lo ha hecho es contraproducente. Puedes dejarte en el camino rentabilidades muy atractivas. Por eso, pensar en temáticas que serán las ganadoras de la sociedad del mañana siempre es una buena oportunidad en aras de captar rendimientos.
Invertir en diferentes tendencias permite diversificar las carteras, armonizándolas al mismo tiempo con importantes cambios sociales y demográficos a largo plazo. Temas como la transformación de la atención sanitaria y la incorporación de tecnologías digitales representan nuevas fuentes de crecimiento y de potencial rentabilidad.
3. Los mercados no cotizados son una posibilidad
4. La agilidad es crucial
En última instancia, los estímulos monetarios y fiscales siguen siendo abundantes, aunque se están desvaneciendo. Probablemente los datos de crecimiento e inflación seguirán siendo mucho más volátiles que en ciclos anteriores, lo que dificultará la realización de predicciones.
A ello hay que sumarle que es posible que el crecimiento se vea impulsado cada vez más por factores “endógenos” (internos), como el consumo y el avance de la alta tecnología. Los escenarios pueden cambiar rápidamente en este entorno. Esto se suele traducir en que la combinación óptima de activos se tendrá que modificar en consecuencia, lo cual requeriría una estrategia altamente dinámica que modifique los activos en los que invertimos con rapidez al paso de la evolución de las condiciones económicas.
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