En el caso de la pandemia, la IA contribuyó a procesar un ingente volumen de datos, lo que supuso un ahorro enorme en tiempos de desarrollo de la vacuna, a la par que redujo en miles de millones los ensayos clínicos a través de la simulación virtual. En estas circunstancias, el algoritmo permitió simular interacciones químicas y hacer pronósticos sobre las reacciones de los distintos perfiles del paciente en función de su historial médico. El éxito de la vacuna se debe en parte a la rápida secuenciación del genoma del SARS-CoV-2, el virus detrás de la Covid-19.
De cara al futuro, se estima que la IA contribuya con 15,7 billones de dólares al crecimiento global de la economía en 2030, una cifra mayor que la suma del PIB de China e India. En el caso de la sanidad, se calcula que incrementará en un 55% los beneficios del sector salud para 2035. Cabe, por tanto, esperar que esta tecnología ocupe un lugar cada vez más importante en nuestras vidas a la hora de resolver problemas complejos y que aporte mayor comodidad, productividad y seguridad.
Es cierto que todavía nos encontramos en fase de machine learning, en la que los algoritmos se están entrenando para adquirir lenguajes y automatizar procesos. Es lo que se denomina aprendizaje profundo. Hoy, la inteligencia artificial tiende a especializarse en un área específica para igualar en eficiencia a la mente humana. Sin embargo, con vistas al futuro, el camino pasa por que la IA pueda tomar decisiones avanzadas y desarrolle competencias autónomas para terminar superando la inteligencia humana y ayudarnos a alcanzar objetivos sociales. El objetivo es dotarla de la capacidad de aprender como una persona.
En base a estos pronósticos, Allianz GI lanzó hace cinco años la primera estrategia que invertía en inteligencia artificial, con su fondo Allianz Global Artificial Intelligence, disponible para los clientes del Unit Linked de Allianz Seguros. Participar en él no significa invertir únicamente en tecnología, sino en múltiples sectores que aplican la IA para desarrollarse. Hay tres tipos de empresas dentro de esta idea: las que suministran la infraestructura necesaria para su despliegue (como los fabricantes de semiconductores), las que desarrollan aplicaciones tecnológicas y las que se benefician de su aplicación, como es el caso de la salud. En definitiva, la IA supone una transformación transversal de la economía que favorecerá a todos los sectores.
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